Snoopy 6º sesión

02.04.2014 00:56

Sesión de cumpleaños, gentileza de Mi Adorada Ama Amelia.

Empieza mordisqueándome, mordiéndome el cuello y alrededores, estando yo tumbado. Entorpezco sus maniobras, girando el cuello y protegiendo mis zonas sensibles y descubiertas de sus juguetones, y cada vez más intensos mordiscos. A pesar de ordenarme quedarme quieto, reacciono involuntariamente en contra de sus designios. Me abofetea en un par de ocasiones. Vuelvo a disculparme. Me ordena ponerme en cuatro y repite la “operación mordiscos”. Me interroga por mi resistencia a los azotes, número e intensidad. Me da uno, bastante fuerte, y le respondo que no recuerdo el número máximo de azotes que he recibido en una misma tanda y que esa intensidad me parece un buen límite, de momento. Se da cuenta de que no llevo mi collar rojo de perro fiel, por lo que me ordena levantarme y acercárselo del armario de los juguetes a la cama. Me lo coloca y le digo que me encanta llevarlo puesto. “¿Por qué te sientes más mío?” me pregunta. Mi dueña me conoce bien. 

Me ordena tumbarme panza arriba, poner las dos manos tras de mi nuca y cerrar los ojos. En esa postura, 100% pasiva, empieza a cabalgarme en diferentes posturas, intensidades… matándome de placer, haciéndome gemir, retorciéndome sin perder la postura, en ocasiones, a punto de quebrarme la polla… Sus instrucciones son en todo momento concisas, tiempos verbales en modo imperativo: sienta, abre, cierra, calla, levanta… 
“No te muevas, eres simplemente mi muñeco sexual” me dice en más de una ocasión. 

Me ordena arrodillarme, con la espalda erguida y las manos en mi espalda. La postura exige no perder el equilibrio, pero lo pierdo en alguna ocasión, y la oigo remugar. Decide que será esta postura con la que eyacularé. ¡Menos mal! Su lento movimiento penduleante, adelante y atrás “amenaza” con llevarme al delirio y, hasta el momento en que me ha ordenado eyacular, debía concentrarme con todas mis fuerzas para no hacerlo, sin su consentimiento. Eyaculo, no con la copiosidad que ella deseaba. 
No me deja recuperar el aliento y vuelve a introducirse mi pene en su vagina. La finísima línea que separa el placer del dolor… Ama Amelia es una experta maestra en jugar en el límite, en el umbral, donde se confunden ambas placenteras sensaciones. 

Ya tumbados en la cama, recuperándome del esfuerzo al que me ha sometido mi amada dueña, me pregunta que valore la experiencia reciente. “Plenitud sexual” es mi primera respuesta, para después añadir, que lo más sensato sería reconocer que las palabras se quedan cortas para definir lo que me acaba de hacer vivir. “¿Tanto placer obtienes con mis posturas?” vuelve a preguntarme recelosa, y no por primera vez. Le respondo que no se trata simplemente de sus posturas, sino de la combinación de posturas, de ser ELLA, mi adorada dueña quien me las proporciona y regala, de adorarle yo hasta la obsesión más adictiva, de enloquecerme su cuerpo veinteañero y su mente perversa, juguetona y privilegiada. “Cuando estés recuperado me darás un masaje”, obtengo por respuesta. Le suplico un par de minutos abrazado a mi más amado y adorado objeto del deseo. Me incorporo y encuentro el aceite en el armario. Le acaricio su espalda durante un largo rato, hasta que mis rodillas amenazan con quebrarse. Entonces me dispensa de seguir con el masaje y me permite tumbarme junto a ella…