Snoopy 3º sesión

02.04.2014 00:51

cuelgo ahora mi tercera seaión con Ama Amelia.

Me recibe en su casa con un balde lleno de ropa para doblar, mientras ella trabaja en su ordenador. Le apetece cenar japonés. Al llegar la cena me ordena, primero pagar, y después poner la mesa para un comensal: un plato, un juego de palillos, una copa para el vino blanco y una servilleta. Me ordena arrodillarme en el suelo frente al sofá y junto a la mesa donde mi dueña cenará. Me ata las manos, utilizando un sofisticado nudo y me venda los ojos con un bonito pareo que conserva su dulce fragancia. Se aposenta en el sofá, y le escucho teclear, masticar y sorber. Oigo como se levanta, se acerca, me ordena que abra la boca y me introduce con sus dedos un trozo de sushi. ¡Delicioso! Vuelve al sofá a lo suyo. Al cabo de unos minutos se levanta de nuevo, vuelve a darme de comer, y también de beber; me ordena que abra la boca y noto su rostro acercarse al mío, oigo su respiración, noto sus labios rozando los míos, justo antes de verter el vino de su boca en la mía. Me cuesta tragar e intentar que no se derrame una gota. ¿Quién iba a decirme a mí que el vino blanco pudiera saber tan bien, a elixir de dioses, de diosa en este caso, femenina y pelirroja?

Repite la operación de darme de comer y beber varias ocasiones.
La oigo levantarse y ordenarme hacer a mí lo mismo. Me guía hasta la banqueta blanca y me obliga a tumbarme en ella. Juega con mis pezones, pellizcándolos suavemente y me recuerda algo que dije yo: que era buen y hábil aficionado a practicar cunnilingus. Siento sobre mí y mi lengua una gran presión escénica. ¿Y si la decepciono? En cuclillas sobre la banqueta acerca su coño a mi boca y me ordena que le lama. La posición me impide poder alcanzar con la totalidad de mi lengua su ansiado coño. Me ordena que le introduzca mi lengua en su coño y la folle con ella. El dolor de cuello, mandíbula, y también de lengua es considerable. Me confiesa que le ha resultado sumamente decepcionante. Decide cambiar de posición y liberarme de la venda. Ahora es ella quien se tumba sobre la banqueta, abre de par en par sus piernas y me observa, pícaramente, arrodillado y embelesado ante el espectáculo que me depara su entrepierna rasurada. A una señal suya, hundo mi lengua en su clítoris y su vagina. El olor y sabor me embriagan. Ella marca el ritmo y la alternancia clítoris-vagina, vagina-clítoris. Mi excitación y felicidad son máximas. Estoy postrado a los pies de mi Adorada Ama, con la cabeza hundida entre sus piernas y lamiendo su coño. Toda mi cara está embadurnada de ella, de sus jugos y flujos. ¿Qué más le puede pedir un sumiso a la vida? Me ordena que me masturbe. Corro el riesgo de correrme precozmente. Separa mi lengua de su cuerpo y me dice que sigo sin ser capaz de satisfacerla. A pesar de mi ineficacia me concede, después de dos tortuosos días, el privilegio de masturbarme ante ella. Deposita una toalla blanca frente a mí y tras observarme pajeándome a sus pies, empieza a impacientarse y me apremia a eyacular en 20 segundos, bajo amenaza de volver a estimular mi glande. Soy incapaz de cumplir su deseo, pero en un alarde de magnanimidad me concede 30 segundos de más. Concentro toda mi energía en mi mente perversa, bajo la mirada y deposito mi cara sobre su muslo izquierdo. Cuando le oigo pronunciar “y 30”, me pierdo en una serie de gemidos y espasmos, que preceden al orgasmo. El contraste del semen, color perla, sobre el blanco de la toalla parece inspirar a Ama Amelia, quien me pregunta si he probado alguna vez mi propio semen. Como respuesta, paso el dedo índice de mi mano izquierda por uno de los regueros amarillentos que ha dibujado mi eyaculación por la toalla y me lo llevo a la boca, admirándola con fervor. Decide despedirme por hoy. Me invita a lavarme la cara o incluso ducharme. Deniego la invitación, al ser mi intención estar un rato más junto a mi Diosa. Me arrodillo frente a ella y acaricio los pies mientras charlamos, y tras hacerlo un rato, me permite quedar más tiempo con ella, pero antes deberé limpiar el salón y la cocina. 

Al filo de la medianoche cambiamos el salón por el dormitorio. Ama Amelia lleva todo el día sin follar y dice que le apetece usarme para calmar su ansia y carencia. A una orden suya, la desnudo y como el coño con fruición. Lamo su clítoris con fuerza, hundo mi lengua en las paredes de su coño, introduciéndola todo lo que soy capaz. Tras follarla un rato con la lengua, me ordena que me calce un preservativo y lo haga con la polla. Ella dirige y controla la situación en todo momento. Marca el ritmo, la intensidad, decide cuándo variar la postura. Soy un simple operario de sus designios. Soy un sumiso con polla, con una polla que utiliza a su antojo. Tiene una vagina potente y musculada. Juega con mi polla, la aprieta, contrayendo su vagina. Ahora la introduce, ahora la expulsa. Cuando intento llegar al fondo, topo con un muro infranqueable. Empiezo a sudar. Follamos en varias posturas, a cuál mejor. Me prohíbe correrme. Ella sí lo hace, y entonces me concede el poder hacerlo yo también. Me vuelve a ocurrir; la sobre excitación que me provoca mi diosa pelirroja me impide correrme con la celeridad que ella querría. También me impedirá dormir, lo sé. Sigo follándola de espaldas, intentando eyacular y Ama Amelia llega a su segundo orgasmo. Me separa de ella. Me masturba, me masturbo. Deposita su coño sobre mi cara presionándola, aplastándola, asfixiándola, mientras yo sigo masturbándome. Restriega el coño por toda mi cara. ¡Soy feliz! Alcanzo el orgasmo, mi segundo de la velada, con mi Adorada Dueña cabalgándome la lengua, como amazona desbocada.

Ahora sí decide despedirme de sus pies rumbo a mi casa, pero antes me advierte de dos cosas: que debo aprender a correrme cuando ella me lo ordene; y que si pretendo ser su sumiso debo proporcionarle mucho placer sexual. ¿Se trata realmente de una advertencia? Yo lo interpreto como un premio, un privilegio. Gracias de nuevo, Ama Amelia.