Snoopy 2º sesión

02.04.2014 00:48

Aparece Ama Amelia con un bote de pintauñas granate, otro de acetona y un paquete de algodón. Se sienta en el sofá y me ofrece sus flamantes zapatillas de andar por casa. Le retiro las zapatillas y los calcetines y empieza mi primer taller de pintura de uñas. Se me presentan de un color rojo, ya algo despintado. Cojo, fervorosamente su pie derecho entre mis manos, tras untar de acetona un trozo de algodón, y prestándole a la operación la misma atención y diligencia que dedicaría un orfebre medieval a las joyas de la corona, empiezo a despintarle, con suavidad, dedo tras dedo. Repito la misma operación con el pie izquierdo. Mientras le aplico acetona, Ama Amelia, me ignora, atendiendo a la pantalla de su ordenador, lo que supone una doble humillación. Ha llegado el momento de cambiarle el color a sus preciosos deditos. Ama Amelia me muestra primero como debe agitarse el bote. La imito. Empiezo a aplicarle el pincel en la uña del dedo pulgar de su pie derecho, cuando lo retira divertida y me pregunta “Snoopy, ¿no le has pintado nunca las uñas de los pies a una mujer?”. La pregunta me humilla. ¿Nunca las he pintado antes? Con la cantidad de veces que habré fantaseado con hacerlo… Cada vez tengo más claro que el sumiso que llevo dentro y soy crecerá a pasos agigantados al amparo de Ama Amelia, y ella me moldeará a su imagen y semejanza. Parece adivinar los pensamientos que siguen a mi turbación y me pregunta por Galatea y el mito de Pygmalión. Tras ilustrarme, de nuevo, me pregunta si prefiero llamarme Snoopy o Galatea. 

Me realiza una demostración de cómo hacerlo: partiendo desde la base de la uña y deslizando el pincel hacia el otro extremo, siguiendo un trazado en línea recta. Ahora me toca a mí. Intento imitarle, y me entretengo un buen rato con cada pie; tras pintar, limpiar, volver a pintar y de nuevo limpiar, creo acabar mi primera y torpe tentativa. “Ahora falta la segunda pasada” dice Ama Amelia.

Ya en la cama me ordena que le dé un masaje. Me aplico aceite en las manos y le acaricio la espalda, el culo, los muslos, las piernas. Se gira. Continúo embadurnando de aceite mis manos y acaricio sus pechos, su vientre, el reverso de sus muslos y piernas. Me dice que no olvide su entrepierna y empiezo a acariciar su clítoris, con delicadeza primero, con mayor viveza después. Al cabo de un rato me dice que no siente nada, y es cuando recuerdo que Mi Adorada Ama Amelia me dijo que es vaginal y no clitoriana. Me ordena que le introduzca mis dedos uno a uno, hasta completar la mano entera. Los muevo al ritmo que ella marca. Me detengo y es ella quien se agita, en acometidas epilépticas, contra mis cinco dedos, ya desaparecidos dentro de su entrepierna. Tiene un orgasmo y al rato me ordena retirarlos de su húmeda y pegajosa cueva; los retiro, impregnados de una viscosa capa blanca. Me ordena lamerlos. Los introduzco uno a uno en mi anhelante boca, y me recreo practicándole cinco felaciones, una por dedo, todos recubiertos de su exquisito flujo. 

Volvemos a la posición inicial, ella desnuda y yo con mi pene a punto de estallarme entre las piernas. Me tortura el glande por dos veces y me retuerzo como una bestia en celo. Me exige control y hago un esfuerzo humano por no decepcionarle más. Mientras me tortura, reúno las fuerzas necesarias para decirle lo mucho que le adoro... No me cree. Tras la tormenta llega la calma. Vuelvo a abrazarle. No permitirá que me masturbe hasta nueva orden.